¡Que título tan poco popular! ¿verdad?
Me he pasado la vida pidiendo disculpas por pensar, opinar o decir cosas poco o nada populares, que no por ser verdad, dejan de ser cosas que nadie en su sano juicio quiere aceptar.
Cuando uno mira fijamente al abismo, el abismo acaba por mirarlo fijamente a él.
Y nadie quiere ver el abismo de su propio ser.
Aceptar la oscuridad del propio ser requiere una valentía, una sinceridad o quizás una estupidez que difícilmente aceptable por la mayoría de la humanidad.
Es más fácil, más cómodo, más acogedor creernos nobles, sinceros, buenos por naturaleza. Los malos son los demás siempre.
Pero no es así en absoluto. La condición humana es la mezquindad, el egoísmo, la crueldad, la ceguera y sobre todas las cosas la estupidez.
Recojamos un ejemplo impopular — más que nada porque en el momento adecuado podemos reconocernos a nuestro pesar en alguno de los ejemplos y eso molesta —.
Supongamos que a un ser humano, un tal señor ‘A’ le amputan una pierna. Supongamos que tras su recuperación se encuentra por la calle con un ser humano al que llamaremos señor ‘B’.
B ve a A y reacciona interactuando con A.
¿Como lo hace?
Caso primero; B le pregunta a A que le ha pasado y tras oír que le han cortado la pierna le interrumpe con un discurso del tipo:
—¡Ay!, ¡No me hables de las piernas!, ¡yo tuve un callo que me hizo la vida imposible…!
—Pero oiga, es que me han cortado la pierna…
—Sí, sí, sí, ya. ¡Es horrible lo que me dolió el callo! y mira que tardaron en darme hora para el callista… ¡tarde dos días en poder dejar de sufrir! ¡Un horror!
Caso segundo; B le pregunta a A que le ha pasado, luego como le ha pasado, donde le ha pasado, porque, quién le ha tratado, si había alguna otra opción y un larguísimo etcetera de interrogatorio en vigésimo cuarto grado.
Caso tercero; B le pregunta a A que le ha pasado y tras condolerse brevemente sigue su camino indiferente.
Caso cuarto; B le pregunta a A que le ha pasado y acto seguido se vuelca en cuerpo y alma para ayudarle en todo lo que está a su alcance, abandonando sus asuntos con tal de ayudar a A.
Hay por supuesto variables que modifican los escenarios, y casos intermedios, contaminados de uno u otro matiz, pero el comportamiento humano no es matemático por mucho que Harí Seldon opine lo contrario.
Así que supongamos que son casos absolutos para simplificar el estudio y discursión del la cuestión.
El primer caso es el más típico. La mayoría de los humanos no escuchan, no observan, no sienten y por supuesto no empatizan con los demás.
Los problemas ajenos solo son el pie de texto para empezar su propio monólogo egocéntrico en el guión de sus vidas.
Son la novia en la boda, el enfermo en la consulta, el corredor en la carrera, el homenajeado en el cumpleaños y el muerto en el entierro.
Todo se centra en ellos y gira a su alrededor.
Todo el mundo ha caído en este comportamiento en algún momento de su vida. Todos somos egoístas y egocéntricos por poco que nos parezca. De echo siempre vemos la paja y nunca la viga.
El segundo caso puede parecer ínteres pero es protagonismo. El interrogatorio no va encaminado a interesarse por A, sino a acumular datos y experiencias a las que poder recurrir a la hora de charlar sobre cualquier tema de conversación.
Es ese tipo de personas que siempre conocen a alguien, conocen un caso que viene a cuento o una historia relacionada.
Si son ingeniosos acaban de cuentistas, si no, símplementes son pelmazos… y por supuesto egoísta.
El tercer caso es sin duda el que menos antipatía me produce porque al menos es un individuo sincero y coherente, no finge un ínteres que no tiene, no finge una empatía que no siente. Satisface su curiosidad — tampoco demasiado intensa, no nos engañemos — y sigue su camino sin inmutarse, centrándose en lo único que le importa en el mundo que es él mismo.
El último caso es una entelequia utópica, nadie se vuelca altruístamente en los demás.
La entrega de una madre no es más que un conjunto de reacciones bioquímicas y condicionamientos genéticos para asegurar la protección de las crías y por tanto la supervivencia de la especie.
Ni Teresa de Calcuta era tan santa.
Todo religioso tiene una ilusión intima, la de satisfacer los mandamientos de su dios y por tanto agradarle. Cuanto mejor se cumplen los mandamientos, más cerca se está de su dios y por tanto más cerca de la santidad. Ergo, cualquier santo peca de soberbia y egoísmo ya que quiere ser santo.
Teresa solo dedico su vida a lograr la santidad. Eso es egoísmo, no altruismo.
Dicen. Que dicen. Que alguien conoció a alguien… al que le contaron que hubo una persona que supo de la existencia de un ser humano que dedico su vida a ayudar a los demás de forma auténticamente sincera.
Bueno, yo creo que hay vida inteligente en el universo, pero eso no implica que también crea que son bobos los que piensan que han visto o oído marcianos en el área cinuentaiuno.
tanto una cosa como la otra en un mito urbano… no, es un mito a secas y punto.
Tampoco creo que que existan humanos sinceros, aunque si exista la posibilidad intelectual de elucubrar sobre su posible existencia.
Lo único autentico es que si te cortan una pierna, ya te puedes hacer una flauta con el hueso y aprender a tocar, será mucho más productivo que esperar que alguien te dedique su tiempo de forma sincera.
Sí necesitas amor sincero cómprate un perro.
La condición humana es demasiado mezquina para dar algo sin exigir nada a cambio.
La sensatez y el poco común sentido común aconseja no esperar nada de nadie y tener muy claro que toda relación es un puro intercambio, la cosa es saber hasta que punto estamos dispuestos a ceder a cambio de lo que podemos recibir.
Lo demás es creer en las hadas.
Nada más.
Jorge Díaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario