— Johannes Kepler escribió: “No nos preguntamos cual es la finalidad práctica del canto de los pájaros ya que cantar es un placer para ellos y es para lo que fueron creados. Igualmente, no debemos preguntarnos porqué la mente humana examina los secretos del cielo. La diversidad de los fenómenos de la naturaleza es tan grande y los tesoros escondidos en los cielos son tan ricos precisamente para que la mente del hombre no este nunca falta de alimento”.
Bellas palabras. Sublime pensamiento, pero esta contaminado, tiznado de una pensamiento homocéntrico que se me hace repugnante.
Las maravillas del cosmos están ahí a pesar de los hombres, y seguirán estando, alumbrando el universo miles de millones de años después de que el último hombre solo sea polvo. Átomos dispersos al viento estelar.
Independientes e indiferentes a la humanidad.
Podemos estar orgullosos de formar parte del Cosmos. Yo lo estoy. Pero es necesario que adoptemos la necesaria humildad para poder reverenciar, no precarias representaciones antropomórficas de limitadas interpretaciones de la naturaleza. Sino la maravillosa arquitectura, el sublime equilibrio que compone el tejido del universo.
Del que somos una infinitesimal parte.
Para su comprensión empezamos a estar preparados, no necesitamos inventivas.
Pero.
Si seguimos pensado en nosotros como escala y medida de todo lo que vemos, solo lograremos padecer una miopía extrema.
Y acabaremos por destruirnos estúpidamente los unos a otros. Cosa que no supondrá la más ínfima anécdota en la sinfonía cósmica.
En la biblioteca de Alejandría la ciencia alcanzó quizás la pubertad, alejada de la realidad social, convertida en herramienta y entretenimiento de los poderosos porque ellos la mantenían y protegían como afición o juego.
El pueblo ignorante y oprimido asesino a la última bibliotecaria; Hipatia.
No podían revelarse contra sus opresores y romper las cadenas de la esclavitud. En su ignorancia, la superstición designo un responsable más sencillo y conveniente: Una mujer independiente e inteligente, adelantada siglos a su tiempo.
Sus contemporáneos destruyeron la biblioteca y todo lo que representaba, manipulados por la mezquina superstición, instigada por el arzobispo de Alejandría, el Santo Ciro.
La ciencia retrocedió mil años o más en favor de la ignorancia, la superstición y el beneficio del poder.
Diecisiete siglos después la ciencia ha logrado alcanzar, quizás la edad adulta, que no la madurez.
Pero la sociedad sigue siendo inmadura, gobernada por infantiles críos enrabietados que disfrutan arrancándole las alas a las moscas que gobiernan, regodeándose en el dolor que provoca su poder.
“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de esos temas. Esto constituye una formula segura para el desastre”.
Solo el conocimiento puede evitar el desastre, pero para ello debemos ser maduros para olvidar la superstición y humildes para conocer nuestro lugar en el cosmos
La ciencia esta preparada para otorgarnos el conocimiento, que esta ahí para alimentarnos, ¿estamos nosotros, como sociedad y especie, preparados para madurar?
La diversidad de los fenómenos de la naturaleza es tan grande y los tesoros escondidos en los cielos son tan ricos simplemente por si mismos.
¿Estamos preparados para que alimentar nuestra mente con ellos?
Pero me temo que la respuesta a esta crucial pregunta es obvia, basta con solo encender la televisión y observar atentamente para adivinarla.
Jorge Díaz.