¿De que va esto?

¿Que de que va esto?. Pues... Decía don Alberto — Einstein, por supuesto— que; “Mi vida es una cosa sencilla que podría no interesar a nadie. Es un hecho probado que nací, y eso es todo lo que es necesario saber”.

Yo soy mucho menos interesante que él, y además tengo el muy grave defecto de no callarme ni debajo del agua.

Así tengo de enemigos y un puñado de amigos.

Por eso esta y otras páginas van a ir de mis obsesiones personales; la fotografía, los Macintosh, mi gata, la ciencia ficción en la literatura, la libertad de opinión y expresión…

Y cada una de ellas tendrá su sitio, bien organizadito y a veces con afán de lucro, ¡que soy pobre!¡que puñetas!

¿Le interesara a alguien? bueno, eso deberá decidirlo en cada caso el observador.

LosAtrabiliariospuntoORG? será el lugar donde opinare sobre lo divino y lo humano, y sobre todo tocare los adjuntos a tanta mente bien pensante que por el pellejo bovino campa a su aire.

Puedo irritarle o puedo agradarle, pero por favor, no me pida que me calle si no pienso como usted.

Advertido queda.


Aviso a netvegantes (?).


Odio, odio, odio a Piter Pan… digo… odio la censura.


Puedo cambiar de canal, pasar la pagina o apagar la radio, pero nunca le negaría la oportunidad de expresarse libremente ni al más repugnante impresentable… bueno, a Ansar le deseo una buena laringitis.


En esta página nunca censuro a nadie, jamas… en todo caso… puedo contestar y aténganse a las consecuencias el opinante, por algo esta es mi casa.


Si alguien escribe un comentario y no lo ve publicado solo puede obedecer a dos motivos:

Uno, fallo técnico, informático o de sistema.

Y dos, no se me ocurre ningún otro motivo posible por mi parte.


Así que se diera que no se publica un comentario, en este casos agradeceré que se me notifique por las cuentas de correo para subsanar el fallo.


Gracias… o no, oiga.

lunes, 26 de octubre de 2009

Firmas de correo celebres.

He tenido que buscar en una montaña de papeles porque hace veinticinco años no conocíamos a Bill Gates… y claro, éramos mucho más felices.

La culpa es de Benjamín Franklin.

Aviso Netvegantes:
El siguiente texto es antigüo, lo escribí — o perpetre — hace un par de años, pero como quiera que su difusión fue escasa — y ahora no será mejor —, y su contenido es del todo coherente con la realidad actual.
Pues pese a su gran longitud lo vuelvo a publicar, ahí queda para público escarmiento.



Hace años había una canción que decía que la culpa de todo era de Yoko Ono.

Pos no, la culpa de todo la tiene Benjamín Franklin (de 1.706 a 1.790).

Si señor, que lleve unos días que como sin ganas y que más que cenar me apetezca merendar y que me acueste sin sueño porque ya llevaba dando cabezadas un buen rato y me he acabado desvelado, la culpa de todo esto la tiene Benjamín.


¿Que tiene que ver lo a uno con lo a otro? 


Bueno, Benjamín fue, a parte de patriota yanqui, inventor, pensador, excéntrico y empresario.

Un tipo raro… como yo, vamos.

Fue el editor e impresor del Pennsylvania Gacette, periódico dedicado a la innovación y la propuesta de mejoras sociales.


Entre otras cosas, se le ocurrió que si se adaptara la hora oficial a las horas de luz natural según la época del año, se ahorraría mucho dinero en iluminación.


A mediados del siglo XVIII ya era habitual la utilización del reloj y ya existía un horario más o menos oficial.

Tengamos en cuenta que el siglo XVIII es el siglo de las grandes expediciones, el siglo de los exploradores, Cook (de 1.728 a 1.779), Malaspina (de 1.754 a 1.810) o La Pérouse (de 1.741 a 1.788), que exploraron la cartografía del mundo.

Cosa que hubiera sido imposible sin el cronómetro. Hacía más de un siglo que era herramienta imprescindible y secreto militar de estado poseer los mejores cronómetros para poder calcular la longitud en la navegación, conociendo la distancia recorrida en un tiempo dado fijo y conocido.

La latitud se calcula gracias a las medidas de la altura del sol sobre el horizonte a horas fijas.

Ambos datos solo es posible calcularlos si se tiene un conocimiento exacto del tiempo y su medida.

Hasta 1.925 no se adopto el meridiano de Greenwich como origen cero de la cartografía y del tiempo mundial, pero para los navegantes ingleses y por extensión para muchos otros, desde que el Rey Carlos II definió este meridiano como cero en 1.675 ha sido el origen del tiempo y la tierra.


Los anglosajones siempre tan modestos.


Osea que ya entonces empezaba la esclavitud del reloj, y eso que los japoneses de entonces solo pensaban en el Bushido y en la que les había caído encima con los jesuitas  de Javierre. Aún no se habían dedicado a ponerle relojes digitales a todo cachivache, por peregrino que parezca una freidora con reloj.

Y… Bueno… parece que ahora les ha dado por los emepetres en todos los sitios, pero eso es otro tema.


El caso es que el bueno de Benjamín ya usaba el reloj a menudo y como empresario de la incipiente primera revolución industrial — se considera que empezó a mediados del siglo XVIII — utilizaba horarios para sus trabajadores y observo que era difícil elegirlo. El horario, no los trabajadores que con cuatro emigrantes colonos y diez esclavos negros se apañaba bien. Si tenia en cuenta las hora de luz diurnas.

Si elegía un horario adecuado para aprovechar la luz solar invernal, en verano desperdiciaba muchas hora de luz natural.

Mientras que si hacia lo contrario, en invierno tenia que alumbrar artificialmente su taller muchas horas y eso era mucho dinero.

Según parece, aparte de algo inconsciente, mira que volar cometas en la tormenta, ¡cachis ya! Benjamín era bastante avaro.

Así que propuso, aunque no se le hizo demasiado caso, cambiar el horario en invierno y en verano en función de las horas solares.

Y… Bueno… En aquella época se alumbraba con aceite, queroseno y velas de sebo.

No deja de ser una idea bastante razonable… en su época.

Como tantas otras ideas no se le hizo caso, hasta que dos siglos después, primero los poco dados a la prepotencia y el egocentrismo norteamericanos, y después, durante la primera crisis del petróleo, se le ocurrió a varias  mentes preclaras que podían seguir las ideas de Benjamín e imponer los horarios estacionales… ¡Que mal rayo los parta!, ¿no podían haberse limitado a clavarle agujas en los ojos a los gatitos para satisfacer su sadismo?

Pues no, como no pueden ejercer el sexo de otra manera, se dedican a joder al personal.


En los albores del maquinismo de la primera revolución industrial era lógico adaptarse a la única fuente abundante de luz disponible; el Sol.

Pero ahora, ¿Tiene sentido ahora? 

Pues no.

Dejemos a un lado los razonamientos, no por manidos menos ciertos, de las molestias biorítmicas, — joder, así ando yo, ¡Ostiya! —, o del escaso, por no decir irrelevante ahorro — con solo sustituir la iluminación publica por otra de bajo consumo y alimentación solar, se ahorraría diez veces más incluido el gasto de sustitución—.

Lo que a mi me molesta, como siempre, es la estupidez supina. Esto es profundamente idiota.

Como puede alguien creer que en una sociedad, en la que el 90% de los centros laborales son locales cerrados que usan luz artificial de forma intensiva, y que en la gran mayoría de ellos se usa esta iluminación artificial independientemente de la luz natural, van ahorrar algo por empezar a trabajar una hora solar antes o una hora solar después.

¿Que imbécil puede creer algo así? 

¡Un ministro, claro!.


Si un currito tiene que levantarse a las cinco de la mañana para recorrer cincuenta kilómetros hasta su trabajo, ¿Va a ahorrar algo por levantarse dos o tres horas solares antes de la salida del sol? 

¿No se ahorraría más procurando acercar los domicilios a los trabajos? .

O simplemente comprendiendo que los transportes públicos son un servicio público imprescindible y no un negocio. Haciéndolos funcionar bien, eficientemente y baratos a costa del erario publico, y no convirtiendolos en inútiles, lentos y engorrosos negocios rentables a costa del erario publico, como ocurre ahora, obligando a muchos trabajadores a derrochar tiempo, dinero y energías inútilmente.


Ya, ya, ya, es más fácil hacer que se cambie la hora del reloj que cambiar las estructuras laborales en las ciudades o conseguir una distribución racional del trabajo y sus horarios.


Hay un conocido gran almacén de nombre anglosajón en Compostela, que tiene un enorme ventanal orientado al sol, pero veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año tiene medio millón de vatios en iluminación encendidos.

¿Ahorran algo por cambiar la hora? 

¿Y los cuatroprecientosmil supermercados que existen ahorran algo?, en su iluminación permanentemente encendida.

¿Y el currito?, ¿Cambia algo que en vez de usar la luz eléctrica por la mañana al ir a trabajar, la use por la tarde al volver? 


Pero si el problema esta en que los horarios laborales del 90% de la gente, son tan absurdos y largos que es imposible que empiecen y acaben con luz natural, en muchos casos, ni siquiera en verano.

¿La dependienta con horario de siete de la mañana a nueve de la noche, ahorra algo con    el horario estacional? 

Ataques de nervios no se ahorra, desde luego.

Llevan 15 años convenciendo a todo el mundo para usar intensivamente la energía eléctrica, miles de cacharritos en reposo, nunca apagados, cientos de electrodomésticos todos eléctricos…

¿No se ahorraría más potenciando la implantación de energías mas limpias e ilimitadas? 

Pero claro, como rentabilizar y ponerles impuestos de consumo a la luz solar o a el viento.

Bueno, podría seguir y seguir, pero creo que es ya absolutamente evidente que esto del horario estacional es una de tantas cosas, cuya única justificación es el inherente sadismo intrínseco a cualquier gobernante, al que la única actividad sexual que le queda es comprobar hasta que punto puede joder al pueblo sin que este le monten una quema de la bastilla… o de la finilla si es muy pijo, claro.


Pensándolo bien, tienen razón. Sí somos tan pero que tan absolutamente aborregados y gilipollas como para aguantar este y otros desmanes sin capar gobiernos, nos merecemos no solo el horario estacional, sino que nos cambien la hora catorce veces al mes.


Y más cosa que me callo por decencia y porque se me asaltan las alagrimas.